Cien pasos (I Cento Passi) por Alejandro Taverna

Del Diario Crítico de Alejandro Taverna
13 de noviembre de 2008
Cien pasos (I Cento Passi). 2000. Italia. D: Marco Tullio Giordana. G: Claudio Fava, M.T.Giordana y Monica Zapelli. Con Luigi Lo Cascio (Peppino Impastato), Luigi Maria Burruano(Luigi Impastato), Lucia Sardo(Felicia Impastato), Paolo Briguglia(Giovanni Impastato), Tony Sperandeo(Tano Badalamenti), Antonino Bruschetta(Anthony), Pippo Montalbano(Cesare Manzella).

El relato cumple, honra un mundo complejo e ingrato de conocer, de entender y de hacer entender. La extraordinaria parrafada ante el micrófono del camarada de Peppino, después de su muerte, dice lo necesario, por fin lo dice: la Mafia somos nosotros, así somos; Peppino no entendió esta realidad nuestra, fue el único que no entendió nuestra normalidad.
Con el cortejo fúnebre y con el texto que nos dice que Impastato existió también fuera del filme y que su suerte fue la misma y su rostro muy parecido al de Luigi Lo Cascio, queda un regusto a reparación. Al mismo tiempo sé que tres décadas después, hoy, la Mafia en tanto gran organización delictiva, junto con sus meridionales laderas Camorra, ‘Ndrangheta y Sacra Corona Unita, ocupa el primer lugar porcentual en el producto bruto italiano (más de 90.000 millones de euros anuales). Pero la cinta de Giordana trata otras cosas.
El sistema de favores y de compromisos se posa y adapta sobre cualquier otra realidad social o institucional, cuando Peppino o cualquier otro reniegue de él estará embatiendo contra su propia familia.
Uno hubiera esperado que a Peppino le hubiesen cortado las alas antes, o que se las hubiesen agarrado con su padre (quién sabe cómo murió…), o que hubiesen puesto una bomba en la radio comunista. El golpe llega mucho después de años de denuncias y provocaciones a la Mafia, cuando Peppino se candidatea y cuando su asesinato puede ser «acallado» mediáticamente bajo el estruendo nacional del de Aldo Moro.
El relato permite sospechar entre líneas una trama existencial indefectible de la que uno sólo puede exiliarse, jamás pretender alterarla. Giordana elude tanto el mecanicismo expositivo como el maniqueísmo. No se sabe bien quiénes son buenos y quiénes malos ni dónde se inicia lo ilícito y cuánto se es parte de ello.
La omertà es la condición existencial de la Mafia, menos por el miedo impuesto a todo aquel tentado a delatar que por la extrema furtividad y la sorpresa con que la organización actúa; no golpear de frente es el modo inmejorable para hacerse inmune a las reacciones y para sembrar una eterna duda sobre la causa de los crímenes. «No hay pruebas», cada vez que las cosas aparecen así todo el mundo sabe in pectore que la Mafia actuó. A veces parece que Peppino más que inconciente o valiente fuera un suicida, alguien que también pone en peligro a su familia cercana. Con el paso de los años termina creyendo que el sistema se ha habituado a su aguijoneo, que siempre lo tolerarán.

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